AMOR, ODIO, SALUD MENTAL

por
Marcelo Cabeza
Psicólogo
Plantel Médico
Empalme Graneros

Sigmund Freud, inventor de un pensamiento, un instrumento terapéutico de investigación y tratamiento psiquiátrico y psicológico, -el psicoanálisis- daba como una de las claves de la salud mental a la capacidad de amar. La otra era la de trabajar, tema que, como sabemos está seriamente comprometido en el mundo entero a raíz de la hiper financiarización de la economía globalizada, que cada vez necesita menos mano de obra porque multiplica el dinero sin producir objetos, bienes o servicios salvo financieros, de manera que el capital se multiplica a sí mismo con la varita mágica de la renta. La especulación no requiere de mano de obra.

Se ha hablado desde las religiones de un mundo o civilización basado en el amor, pero esas buenas intenciones y esa práctica fraterna entre personas, familias y pueblos, coexisten desde antaño con las guerras de exterminio, el hambre que mata, la economía que pauperiza y excluye. Una economía que “descarta” al ser humano, así la ha llamado el Papa Francisco que, además y por si fuera poco, destruye el medio ambiente y altera el clima hasta tornar a la Casa Común un lugar invivible.

En dicha forma de no-convivencia, tan poco fraterna, un mundo poco feliz se observa moldear a nuestras sociedades que multiplican odios crecientes entre tanto malestar. Además, se reproducen mediáticamente los llamados “discursos de odio”. Por estos días una persona que fuera alto miembro de la realeza británica ha debido renunciar a su título en medio de un escándalo acerca de sus increpaciones públicas a una persona de origen africano. El racismo es una de las formas del odio de la que no somos ajenos.

En los pueblos suramericanos pluriculturales a los que pertenecemos, a menudo creemos que no hay racismo entre nosotros, pero en Argentina tampoco esto es verdad y lo comprobamos diariamente por las discriminaciones negativas que se hacen, entre otros contra los miembros o descendientes de pueblos originarios, o las personas de menores recursos o con colores de pieles no blancas, lo que ha dado en acuñar un nuevo concepto para llamar a esos hermanos nuestros “marrones”. También llamados negros, negrada, pardos, planeros, villeros y hay más en la lista, seguido a menudo del peor calificativo despectivo, que los describe como algo desechable, descartable y despreciable. Son formas de odio raciales, y de desprecio social. Que empiezan por pensar que no somos todes iguales, sino que hay “los de arriba” y “los de abajo”; los que tienen más y los que tienen menos objetos de consumo; los que son parecidos a nosotros y los que no lo son. Miedo y desprecio a lo diferente, son formas de desamor.

Este preámbulo sirve para pensar porqué en la clínica cotidiana de los consultorios aparecen padecimientos básicamente relacionados con las dificultades para, no ya como diría el poeta brasileño Vinicus de Moraes “vivir un gran amor”, sino simplemente poder contar con alguna forma más o menos acomodada, placentera y de convivencia posible, si no de ser feliz, al menos de tener vínculos afectivos más o menos saludables duraderos. El problema de los celos, -la imposibilidad de confiar plenamente en alguien-; la llamada “toxicidad”, la instrumentalización de les otres como meros objetos de satisfacción sexual. Siendo parte de la relación amorosa el erotismo conviene repensar algunas cosas. La hiper erotización de los cuerpos en los medios y en las canciones más difundidas formatean una cultura de época, disparada como metralla que apunta a los instintos más básicos, propios del componente animal que es parte de los humanos.

En el Cambalache de la belleza física se exacerban instintos básicos que esquivan los mecanismos racionales de la posibilidad de pensar primero, para actuar después. Como dirían en el campo, el mensaje insta a abalanzarse detrás de los bellos cuerpos “como chancho a la batata”. Un “perreo” de todas, todes y todos, en la caravana interminable expuesta como forma de ser joven naturalizada como la mejor opción posible, que suele ser acompañada de los destructivos consumos de sustancias, antesala de otra manera de matarse. Y el concepto de una juventud que se pretende eternizar: nadie quiere ser “viejo”, otro sector social desvalorizado.

Al margen de esta descripción permanecen las mayorías anónimas no mediatizadas de una juventud y un pueblo que sigue apostando a responsabilizarse de sus actos, estudiar y trabajar, forjarse un futuro, formar familia, hacerse adultos en lo que siempre se llamó progresar o cultura del trabajo y el esfuerzo, valores que siguen siendo afortunadamente un ideal a cumplir, superando obstáculos. Pero no todos pueden hacerlo, y se complica más aún cuando se está excluido de las mínimas posibilidades de acceso a niveles de vida dignos.

En medio del caos, salir de la terrible soledad sigue siendo un desafío que nos aleje de la pandemia del siglo de la depresión. Y hay caminos de salida que siguen dando resultado, que van por el lado del cultivo del amor de pareja, la amistad, las solidaridades de todo tipo en las organizaciones sociales, espirituales, culturales comunitarias que alivian los dolores por situaciones que se hacen insostenibles. Gloria al personal sanitario, sus trabajadoras y trabajadores que pusieron todo en la pandemia y dejaron hasta la vida en tantos casos.

Se trata de una sociedad compleja, un mundo difícil en el que seguiremos apostando por la Felicidad como ideal cumplible.

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